Claramente y en el buen juicio se sabe que no hay medicamento alguno para el exceso de poder. J.L. Can
Dicen los sabios ancianos que si de tu corazón brota amor, se hace un jardín hermoso, resplandeciente y que se respira una paz y tranquilidad incomparable, pero de lo contrario, si de El emana amargura, corre riesgo de contaminación el jardín completo.
Pues Campeche es un edén hermoso, su cultura, su tradición y su gente es única en ese paraíso que atesora la grandeza del estado, ubicado en el sureste de nuestro país.
Pero esa tranquilidad, característica y tarjeta de presentación de este Estado ante el mundo se ha visto manchado
con escenas cada vez más dramáticas que pintan cada rincón de esta acuarela natural, de dolor, preocupación y angustia, ante la falta de certeza y de conocimiento estratégico de las instituciones responsables de brindar la paz, de brindar la tranquilidad, y cuya gente al frente de las encomiendas estatales no comparten sus mismas formas de vida con el campechano común que pesca para comer, que vende para ayudar y que vota para ser engañado y lastimado en sus más nobles sentimientos.
Hoy en día las autoridades gobernantes, lo que demuestran manejar mejor es el ring en que han convertido las redes sociales, en donde sin piedad atacan, denostan y juzgan de manera más severa como juez y parte receptora de todos los beneficios ante el miedo y el temor de la gente que no necesita de lupas de aumento para solo mirar el servicio requerido, sino para ser parte fundamental de todas las culpas de las acusaciones directas de cada institución.
La alegría característica se ha marchado, pues ya existen represiones por todo; sonreír es burla, hablar es rebelión y pensar es el más grande pecado de un alegre pescador que montado en una solitaria gaviota quiere huir de su paraíso que se ha convertido en cárcel del miedo y verdugo de la libertad enmarcada en la misma constitución que se ha escondido en algún lugar del tiempo por miedo a ser sepultada por completo.