“Los derechos sociales son meras normas programáticas, que no tienen el carácter de “verdaderos” derechos y que, por ende, no son susceptibles de ser garantizados por acciones de justicia”. Juan A. Cruz Parcero.
El término derecho establece tantas cosas en el marco de la legalidad, cuyo ejercicio solamente es permitido a quienes manejan el poder, la constitución, las leyes y la justicia. Aquella venda con que se retrata y se difunde la imagen de la justicia, es algo que no se ha sabido interpretar en toda su cruda realidad; ¡la justicia es ciega!; ¡ese era el punto que faltaba para llenar la planilla en que ya habían salido las imágenes más difíciles: el cotorro y la dama; y ahora llega la justicia para gritar lotería, pues el premio en juego suena interesante y mientras la balanza no se incline hacia algún lado, se sigue demostrando que la justicia misma, tiene miedo de hacer valer su fuerza cuando el poder está en los dos depósitos de su balanza. ¿Y la ley?, ¡tampoco apoya, porque cualquiera con intereses particulares puede meterle mano modificándola o cambiándola sin importar si con ello lesionan, lastiman o destruyen lo que a ninguno de ellos costó construir! Entonces lo más sabio es hacer caso a la paciencia y esperar hasta que alguno se canse y deje su planilla para que otro se integre al juego con arroz, piedra o semillas, o con cartas marcadas para asegurar la ganancia que se habría de compartir con el que saca de la manga las cartas.
El pueblo tiene derecho y tiene también izquierdo, pero como bien cantara en su tiempo y momento el buen Germán Valdés “Tintán”, “tengo manita, no tengo manita porque la tengo desconchavadita”, ¡No puede hacer valer su derecho porque no aparece su nombre en la enorme lista que borra al registro civil y escribe y reescribe tantos nombres como a los dueños de vidas, tiempos, lugares y posesiones se les ocurra, borrando de inmediato, trabajo, historias, trayectorias y destinos!; al pueblo se le sigue considerando tan solo como el medio obligado para obtener las llaves de todos los tesoros, porque jamás pide, porque jamás exige, porque jamás reclama; Una vez se encontraban dos vecinos discutiendo por sus marranitos, pues cada uno era dueño de uno, y acordaron que para no confundirse habría que marcarlos y entonces la decisión fue ponerles un arete, uno en la oreja izquierda y el otro en la derecha; pero al día siguiente uno de ellos no estuvo conforme y dijo, mira para no confundirnos vamos a rifar a ver a cual de los dos se le corta el rabo, y ¡zas!, uno de ellos se queda sin rabo; pero entonces al día siguiente el puerquito al que se le cortó el rabo se le infectó y su dueño enojado le dice a su vecino, ¡oztia!, ¡ya basta de hacer sufrir a los pobres animales!, ¡mejor el blanco es tuyo y el negro mío y así todos tan contentos! (No le entendí, pero creo algo importante hay encerrado en este cuento.
Se tiene derecho a votar con libertad y democráticamente, pero el absurdo es, ¿por quién?, ¡adivinó!, por alguien a quien de antemano alguien nombró como la persona perfecta para hacer o deshacer libremente! ¡Esa es la libertad!, ¡esa es la democracia!, ¡Y por esto surgen pleitos entre amigos, entre familia, entre compañeros!; y al final, quién de todos ellos obtiene algún beneficio directo que pague al menos el resquebrajamiento de sus emociones y de sus ámbitos de convivencia. ¡Porqué dejar que la miel la cosechen otros cuando es el pueblo quien la produce en sus panales! ¡EL DERECHO POR DERECHO SIN DERECHO!