Por Gaspar A. Herrera Farfán

“Cuando la culpa es de todos…entonces la culpa es de nadie” CONCEPCIÓN ARENAL.

El mundo es un caos que esconce todas las culpas, porque estas siempre van a ser hábilmente manejadas por los hombres; qué bonita frase que sin ser cantinflesca es muy difícil para interpretar, cuanto menos entender.

El valor y el antivalor siempre van de la mano, pero el problema viene a darse en la mágica conversión del uno por el otro, dejando con ello al pensamiento atolondrado y a la razón en una paranoia total, al no entender que el diamante comprado en la diaria subasta del poder, resultó de nuevo ser un simple pedazo de carbón, tan malo, que ni el fuego puede hacerlo encender, para que el menos sirva para asar las esperanzas y para cocinar el caldo de decepciones que al fin hagan vomitar la infantil ignorancia que impide aprender de la burla y de la humillación. ¡Hágame el favrón cabor! ¡Ahí está la bendita respuesta dada desde hace muchos años por San Bernardo Claraval: ¡La culpa no está en el sentimiento sino en el consentimiento! ¡Despierten, carambas, que ya amaneció!
 
¡Guerras, rencores, envidias, comportamientos, asesinatos, violaciones, mentiras, injusticias!, Todo eso, ¿Quién lo hace?, ¿De dónde nace?, ¿De dónde proviene? ¡Sí!, adivinó usted, ¡del hombre!, ¡de ese mal llamado hombre que avergüenza el concepto verdadero del enorme significado y significancia de esa sencilla palabra! ¡Del hombre que defenestra con facilidad y hasta cercena la cabeza de su progenitora sin remordimiento ni piedad!; ¿Qué es lo que presenta en toda su crudeza la realidad actual? ¿Acaso la sociedad está bien informada de todos esos acontecimientos con verdades argumentadas, o tan solo se conoce por intereses dirigidos? ¡Se comprueba que poderoso caballero es don dinero!, y que ¡con dinero baila el perro!, o algo tan simple aquello de que “todos tienen un precio y al llegar al tuyo te darás cuenta que es más barato que el de cualquiera”, porque vender la dignidad y el respeto, te hace nadie, te hace basura. Todos hablan, todos opinan y se echan culpas, pero al final todos resultan blancas palomas, más inocentes que el propio San Inocencio Bendito. ¡A dónde vamos a parar señor de las ampollas si el único culpable al final siempre resulta ser Juan Pueblo!
 
¡Los rojos culpan a los cafés!, ¡los cafés a los azules! ¡los azules a los amarillos! ¡los amarillos a los verdes! ¡los que dicen saber, a los que no saben! (sí, porque ni siquiera saben por qué están donde están), y en esta bella acuarela en que se divide el pasado, el presente y el futuro de la sociedad, el único aplastado es el pueblo, el verdadero pueblo que está mudo, pero que comprobó que aguanta cuantos azotes le pongan y cuantas hambrunas le marquen, porque para eso están, para obedecer, y lo hacen con mucho amor, besando incluso la mano que los golpea sin piedad. Eso duele, ¡pero duele más la pasividad!; muertos en vida desde el hogar, desahuciados en la educación, con cáncer en etapa terminal en la democracia, y zombificados para siempre en la justicia; qué es lo que se puede esperar de un pueblo así, si nadie se ocupa de él más que para aprovecharse de su ignorancia. ¿Violencia en el deporte?, ¡También en las calles! ¡que si juntamos a todos los protagonistas van a hacer falta espacios para ponerlos! ¡Se asesina hasta con el pensamiento, y qué es entonces lo que se grita, lo que se pide y lo que se exige si todos se la pasan echándose la culpa entre ellos, pero al final, nadie es culpable! Si no se tuvieran máscaras que escondan identidades, y si el pueblo tomara el timón de su liberación se diría con seguridad que, ¿Yo?, ¿Tú?, ¿Él?, ¿Nosotros?  ¡LA CULPA ES DEL HOMBRE!