Temprano en la mañana, ya es intenso el calor que por estos días envuelve a toda la isla con récords de temperatura, incluso en el occidente del país.
Habitualmente, antes de salir a sus actividades diarias Umajutha y Maglaha terminan de arreglarse con la bata blanca de estudiantes de medicina y el velo o pañuelo con el que las mujeres musulmanas acostumbran a cubrir su cabeza.
Pero en estos tiempos hay una prenda adicional imprescindible: el nasobuco, término empleado en Cuba para designar la mascarilla que cubre nariz y boca, cuyo uso generalizado ha impuesto en el mundo la pandemia del covid-19.
Las dos jóvenes son oriundas del Sahara Occidental, en el norte de África. Nacieron en los campamentos para refugiados saharauis en la zona de Tindouf, Argelia, donde sus padres y decenas de miles de otras personas de su mismo origen encontraron refugio y permanecen, desde hace unos 45 años, en espera de la solución al conflicto con Marruecos y la celebración de un referéndum de autodeterminación.
Como otros muchos jóvenes saharauis y de otras partes del mundo, incluyendo algunos de otras nacionalidades que también son refugiados, Umajutha y Maglaha se vieron beneficiadas con becas otorgadas por Cuba para estudiar medicina en el país caribeño.
“Nos preguntaron si estábamos en disposición de apoyar esta labor e inmediatamente dijimos que sí”, dice Suadu. “Este es un trabajo muy importante: en nuestros estudios de Medicina hemos aprendido que es mejor prevenir que curar, por eso las medidas de higiene y control son esenciales en estos momentos”.
Bajo la guía de sus profesores, ellas van casa por casa indagando por el estado de salud de los moradores y ofreciendo consejos vitales para la prevención del contagio, relacionados con la higiene y el aislamiento social.
Ellas saben que la principal medida hoy es quedarse en casa, pero también están convencidas de su deber como futuras médicas.
Con contenido de la ONU