Columna

Quietud ante la inquietud


Gaspar Ariel Herrera Farfán

“El que ha perdido el mundo, quiere ganar su propio mundo”. Friedrich Nietzsche.


 

En algún momento “política fue el nombre que se le dio a aquello que se hacía en la búsqueda desesperada por cambiar el mundo, este mundo que no se deja cambiar y que sí, en cambio, aplasta a todos en su insoportable quietud; una quietud que inquieta, pero que a pesar de ello no logra mover las raíces plantadas en el conformismo; que no permite movimiento alguno que genere la dinámica que rompa la pesada losa que así aplasta y asfixia a todos por igual, pero que se ha aprendido a vivir con ella sin reconocer que aire y nariz son de uno, y que la individualidad es responsabilidad personal.

¡Hijuelarebuznada burra que se volvió mula para parir caballo!, o sea, ¡nada!, ¡no hay nada detrás de tan bellas palabras! ¡Son tan solo nubes pasajeras que como vienen se van y desaparecen! Los niños aprenden de los adultos, los mismos que están empecinados en dejar esa responsabilidad a las escuelas, con maestros adoctrinados en repetir lo escrito en libros, realizados detrás de escritorios por quienes tienen el mando de una nación que no hay porqué cambiarla, si así como está, somos “felices los cuatro”, (poder, familia, instituciones, sociedad), así divididos, y como en el juego de Juan Pirulero, ¡qué cada quien atienda su juego! ¡Y que los alumnos se frieguen!
 
Es verdad que ha habido alguien que se paró, pero con la misma fue invitado a sentarse, haciéndole entender que es más cómoda esa posición y como niños regañados, a sentarse de nuevo, y en medio del berrinchito, tan solo con el afán de fastidiar, se intenta hacer política desde esa inquietud, hasta que viene el hacha del verdugo o la mano salvadora, que ubica en un sillón más mullido que permita arrellanarse en él, para seguir durmiendo por siempre.

Si con el “tiempo y paciencia se adquiere la ciencia”, ¡Qué ha pasado entonces con los pueblos que siguen dormidos en esa enseñanza que no les enseña! ¿Es la enseñanza, el tiempo o el mismo pueblo? ¡Ya se hizo bola el tamal colado sin encontrarle la presa prometida! ¡Del tiempo desperdiciado y de las palabras y hechos ociosos, se habrá de dar cuenta a Dios! ¡Válgame la hija de la carbonera por ser hija de la tiznada! La inquietud de un pensamiento va más allá de ser un mero calificativo. Foucalt fue un pensador inquieto, quien respondió en una ocasión sobre en qué basaba su conocimiento; “siempre pienso con antelación lo que quiero decir, para que después de hacerlo no tenga porqué decirlo más”. ¡Entonces ese es el real trabajo! ¡Pensar en algo diferente de lo que se pensaba antes, y así, siempre! ¡Sin repetir! ¿Algún curioso o curiosos para comprobarlo?
 
Si nunca se presentan desafíos que condicionen la efectividad del pensamiento, jamás se conocerán las posibilidades que con las inquietudes se pudieran desarrollar para liberarse de la opresión mental, que impide el libre tránsito de las ideas y su aplicación, en cada uno de los períodos de la existencia; ¡Es la constitución del sujeto como objeto para sí mismo!, ¡El hombre y su valor!, ¡El hombre y su verdad!, ¡El hombre con el hombre mismo! Claro, no con discursos placenteros y mentirosos sino con prácticas que sean capaces de generar escuela, enseñanza, sabiduría e invitación a seguir esa hermosa acción de formación; sin egoísmos, sin clasismos, sin grupúsculos que dividan, solo hechos que, en su contundencia, marquen la transformación de las formas de convivencia cambiando con ello las acostumbradas historias que de antemano, ya tenían respuestas antes de suceder. Darle vida y demostrar lo que se puede en la ¡QUIETUD ANTE LA INQUIETUD!