Columna

La sempiterna promesa


Por Gaspar Ariel Herrera Farfán
 

“Sus promesas eran, como él lo era en ese entonces, grandiosas. Pero sus acciones eran como él lo es y ha sido siempre, ¡nada! William Shakespeare.
 

Al no cumplir una promesa, la credibilidad es cuestionada generando enojo, frustración y coraje, porque tal vez en el fondo, ¡pero muy en el fondo!, se tiene la esperanza, si no de un resultado positivo, al menos de un cumplimiento a la palabra; cruel aprendizaje que al final no enseña, porque aunque nada se cumple, jamás hay castigos ni consecuencias para quien vive en medio de la falsedad y la obscuridad social, que lo disfraza de acuerdo a las circunstancias y lo protege ante las cosas que lo pudieran lesionar; y aún viviendo la historia por siempre, tan solo cambiando nombres de los protagonistas, el guion es el mismo, los protagonistas (agrupaciones políticas, educativas, sindicales, o como se llamen, aquellas que requieren de un líder bien pagado que tenga el control total de la borregada, que por un mendrugo de pan, sigue con beneplácito, cargando los paneles de energía de la burbuja del poder, manejada por todos ellos, que emulan a los grandes dioses antiguos con sacrificios de sangre de unos, para tener contentos a quienes con una pequeña presión testicular, basta para controlar a la manada que se quisiera alborotar. ¿Qué se habrá querido decir con todo esto? ¿Es que acaso el noble producto de la gallina tiene juego en este embrollo? ¡Al menos la gallina en sus pleitos maritales deja bien claras las condiciones al cacarearle al gallo, que por muy gallo gallo que sea, la de los huevos es ella!
 
¡Claro que nadie obliga a cumplir nada, así que no hay compromiso alguno!, aunque no deja de sorprender la forma tan fácil y natural con que algunas personas asumen sus promesas, demostrando que se puede prometer cualquier cosa, porque jamás existirá alguien que exija cumplimiento o respeto a esa palabra que para los abuelos tenía más valor, porque más que una constitución violada y multiviolentada, tenían su propio concepto del honor. ¡Porqué no recordar aquella frase de Don Francisco de Quevedo y Villegas con que enfrentaba al culteranismo: “nadie ofrece tanto como el que sabe que jamás va a cumplir” ¡Santa María de las chinampas, apáguenle los pies a Cuauhtémoc! ¡Ahí está!, ¡Ahí está!, ¡Como las torres de Alcalá! ¡Esa es la clave para el examen ciudadano que puede garantizar el paso hacia el siguiente nivel de existencia! ¿Acaso no se es consciente de que toda promesa de alguien que tan solo busca poder es tan solo un espejismo, que la conciencia puede eludir y rechazar cambiando con ello la historia misma de todos los resultados?
 
Se ha olvidado que la palabra de un hombre es el único bien con valor, pero se le han dado tantas interpretaciones, y se ha ensuciado hasta casi hacerla desaparecer, que tal parece que ni la palabra divina, tiene valor alguno para algunos divinos que han hecho de la palabra falsa y maquillada, la más grande herencia que crece a diario, para ellos y sus congéneres. Así será por siempre para ellos el paraíso, resguardado y protegido por diablos, que, en la creación de sus infiernos, les garantizan luz perpetua sin importar las quejas lastimeras de quienes arden a diario en los peroles candentes de la necesidad y el miedo al que ni San Juan Pueblo con todos sus poderes, ha podido defender ¡porque el mismo pueblo lo sacrifica por falsas promesas y monedas sin valor!
 
“En el momento en que las promesas se convierten en tácticas para conseguir lo que se quiere, en vez de ser compromisos que se puedan mantener, se convierten de inmediato en promesas rotas” ¡Esta es la razón de que exista por siempre ¡LA SEMPITERNA PROMESA!