Después de tantos años estudiando la ética, he llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir”. Fernando Savater.
En algún momento de la vida la exigencia académica hizo enfrentar la lectura incomprensible de un libro muy bonito, pero acaso en esos tiempos, un tanto incomprensible; su nombre “Ética para Amador”, cuyo recuerdo ahora en la edad adulta, agolpa enseñanzas de reflexión e interpretación, como esa gran experiencia del principio del conocimiento de la relación de la vida con la existencia.
Aquella parte en la que un niño, durante una travesía en una embarcación exclama ante la grandeza de la naturaleza, el deseo de que sus padres estuvieran ahí con Él; momento plagado de emociones diversas entre todos los viajantes que lo escuchaban y quienes al unísono exclamaron ¿tanto amas a tus padres?; No, sería para arrojarlos en medio de este inmenso océano para que dejen de una vez por todas de estar fregándome la vida, así como muchos padres descomponen las vidas de sus hijos. ¡Vaya con la mula baya que saltó la valla!, ¡Esa es la grandeza de la enseñanza que se desdeña y que se evita, precisamente para no tener compromisos ni responsabilidades!; Interpretar a Savater, o a cualquier escritor con sus diversos contenidos, es enfrentar a la verdad disfrazada contra la mentira construida a propósito, encarcelando a la oportunidad de un aprendizaje que maniata al coraje, que evita la convivencia en el reconocimiento, la integración y la colaboración y el desconocimiento total del respeto.
¡La cultura del esfuerzo aniquilada ante los embates tremendos de los caprichos, antes del conocimiento de la verdad! ¡Protección! ¡Pamplinas! ¡Todo debe estar marcado por el trabajo, el sacrificio y el esfuerzo! ¡No es lo que yo quiero o lo que yo valgo, cuando no se tiene la capacidad para demostrarlo sin gritos ni palabras! Se ha olvidado que al talento natural hay que alimentarlo con conocimiento, en medio de una realidad que permita la comparación y la medición de las capacidades, incitando a los retos que buscan resultados, que generan confianza y que permiten la sabiduría del crecimiento en el dominio y la seguridad, antes que dejar todo al influyentismo, al padrinazgo o a la compra de posiciones de manera indiscriminada, que solo dan jerarquías en algún momento, pero con el tiempo enfrentan de manera inmisericorde al fracaso, por no tener conocimiento del ámbito de responsabilidad.
Muchas veces la “experiencia” es el primer gran fracaso, pues al querer participar de manera democrática y transparente, aunque se sea el mejor, el primer gran obstáculo que se convierte en un monstruo es “disculpe, no tienen usted experiencia, lo sentimos”, ¡carambas Doña Leonor, como se le nota!; cuando en contraparte una llamada telefónica hereda la experiencia de los padres a quien de panzaso y a regañadientes obtuvo un título y es contratado de inmediato por el amplio conocimiento del ramo, en base a las propiedades de su familia y que él mismo ignora por n o tener relación con ello. Los fracasos enseñan y hay que trabajarlos con ahínco, pero no hay que convertirlos en costumbre, aunque esto ya sea una marca registrada por quienes manejan, hasta en los fracasos, los hilos de toda la enorme estructura de una sociedad que todo acepta y que espera con ansias, la vacuna que los haga reaccionar y que los baje del recorrido obligado EN EL VIAJE DEL TRIUNFO, DE CHOFER EL FRACASO.