Columna

Una pizca de cordura


Por: Gaspar Herrera Farfán

En este mundo de todos y de nadie, en que el más hábil triunfa por cualquier medio ante la inteligencia minimizada a su más baja potencia, surgen miles de aprendices de todo poniéndose en las manos de múltiples maestros de nada, pero que el poder los ha llevado volando y sin escalas, a lugares y espacios a los que jamás soñaron llegar por sí mismos. Quiero utilizar como sólido argumento para ello, siendo un apasionado de la lectura y un eterno aprendiz en la noble institución de la vida, un pequeño pasaje de un libro envuelto en la razón y la sabiduría en cada letra: los “Diálogos de Platón”.

Protágoras, para darse importancia a los ojos de Sócrates y de la gente que le rodea, se alaba de enseñar el arte de gobernar los negocios privados y públicos, es decir, la política. Sócrates se sorprende de que la política pueda enseñarse, por la sencilla razón de que los negocios públicos son, entre todos, los únicos sobre los que los ciudadanos de todas las condiciones y de todas las profesiones son admitidos diariamente a dar su dictamen, y esto sin haber recibido jamás ninguna enseñanza. También lo extrañó por esta otra razón, y es que los más grandes políticos, Pericles, por ejemplo, jamás han podido trasmitir a sus hijos su propia habilidad.

De nuevo ese ¡ufffff!, por tanta enseñanza acumulada en bibliotecas, perdida en anaqueles, encarcelada en instituciones, y las más de las veces asesinada a mansalva por las políticas educativas; ¿Habrá alguna reflexión escondida en ese pequeño párrafo tomado de uno de los múltiples volúmenes de esos connotados filósofos? ¿Acaso con la herencia de abuelos y de padres no han quedado al descubierto las múltiples trampas sociales que mantienen estratos definidos y siguen proyectando con engaños, maestros de algo que no se puede enseñar, porque son los alumnos, en que se convierten a todos los ciudadanos, quienes lo tienen que resolver? Pero a falta de inteligencia y sabiduría, ¡eureka!, surge la habilidad que los hace únicos en la magia circense que conquista aplausos y que agacha cabezas; manejan la apariencia, las trampas, las imágenes, el discurso como su más grande representación y en la lógica de la razón, aunque Pericles jamás haya podido transmitir a sus hijos su propia habilidad, ellos obtienen por sus alumnos, el más grande título de maestros.

Gente sin la mínima experiencia en cargos que ostentan actualmente, y sin la intención más que de pensar en el siguiente, lo que los aleja de buscar e investigar para sacar adelante con dignidad su encomienda, se ponen a jugar a las adivinanzas, demostrando lo que estas humildes letras tratan de llevar a la sociedad. Se ha escuchado de abuelos, que ante las enfermedades no se puede hablar de trabajo al enfermo al que primero hay que curar, y después decir de nuevo bienvenido al trabajo y al cuidado por lo vivido. No es estar en contra de alguien, sino buscar resultados a favor de todos; la gente es noble, la gente aguanta, la gente resiste, pero las nuevas escuelas destruyen con la incredulidad y la autosuficiencia que convierte todos los puntos de convivencia en espacios para una batalla campal entre hermanos. A todos, por todos, para todos, ¡UNA PIZCA DE CORDURA…!